A veces pienso que
la historia de cada persona, su descripción o mención, es poner en evidencia lo
cambiante o mudable del ser… la transitoriedad intrínseca de la vida, no por
los años, sino por las experiencias que nos sobrevienen, en minutos, horas o
días, como si la permanencia fuera un sueño o algo que no hemos podido lograr.
Miro el pasado y
distingo una clara diferenciación de las permutaciones en mi vida, veo por
momentos un joven sin rumbo fijo, o una persona envuelta en un laberinto sin
salida, o bien alguien lleno de caos y destrucción, un individuo desdibujado
por las experiencias de un mundo irreal; como si el mundo fuera un vacío sin
trascendencia, aherrojado a un cadalso de piel. Empero, la curiosidad emergente
que se desató desde que descubrí la lectura en manos de autores, estilos y
géneros; cultivaron en mí un deseo por conocer y adentrarme más allá de lo
físico o palpable, lógico o estructurado, que me llevó a través de páginas por
el misticismo europeo y oriental, desentrañando mamotretos o fascinándome por
la presencia mágica de lo indecible.
De hecho, fue así
como en primera instancia encontré el yoga, a través de libros, un mundo para
mí misterioso, que solo dejaba entrever muy poco, acuciando confusión e
incertidumbre… No obstante, lo enigmático fue desapareciendo cuando conocí a mi
primer Maestro de Yoga, alguien que marcó y marcará para siempre mi vida con
sus enseñanzas; su presencia y su forma de enseñar definieron un nuevo rumbo en
mi vida. Si bien nunca pensé en convertirme en instructor de yoga, desde
ese momento tomé decisiones fundamentales para encaminar mi vida hacia su
práctica.
Recuerdo la
sorpresa de mis primeras experiencias en hatha yoga, el verme impedido por
mente y cuerpo y estar rodeado de adultos mayores cuya flexibilidad y
determinación me dejaron admirado, motivándome a la vez para continuar
practicando y finalmente convertirme en lo que no había imaginado, un
instructor de Yoga en constante proceso de aprendizaje y asombro permanente por
esta maravillosa enseñanza.